sábado, 24 de julio de 2010

Paz en sus párpados

“Comprende que con esto no llegarás a nada…”; “No encontrarás la solución en un problema”; “Reacciona...” “Ten respeto por ti mismo”.

Estas son las palabras que solía decirle. Lo recuerdo muy bien. Como si de un día cercano se tratara. La verdad ahora que lo pienso creo que insistí muy poco; supongo que tenía mucha confianza en mi mismo y creí que podría lograr hacerlo entrar en razón y alejarlo de ese mal. Aunque siempre le hablaba e intentaba convencerlo de que aquello no era correcto, una parte de mí siempre creyó (y de eso me entero ahora) que lo dejaría eventualmente. ¡Que iluso fui! Ahora ya es demasiado tarde. Para él y para mí…

No es cuestión de sentirme bien o mal, ni de repetir las ideas o los pensamientos para torturarme. No se trata de andar por la vida culpándome o lleno de un arrepentimiento idiota por algo en lo que realmente yo no tuve nada que ver. Pero he de confesar, que pretendo cargar con este dolor por el tiempo que sea necesario. Son situaciones que no se superan, pero que pueden atravesarse. A veces las cicatrices del pasado nos sirven para mejorar el futuro, que es el presente en cual vivimos.

Me es imposible recordar con certeza cuantas veces hablé con él sobre el tema. Sin embargo, recuerdo que los últimos días ya casi no hablábamos. Nos sentábamos en el suelo a escuchar su música favorita y a conversar con el silencio. Yo rememoraba en la penumbra de la habitación todos los momentos de nuestra infancia. Él, miraba con una fijeza extraña el vacío de la oscura estancia. Siempre fuimos amigos, siempre.

La mañana en la que me enteré, fue como si ya lo supiese. Me actitud, o mejor dicho, mi reacción, pudo parecer un poco egoísta a los ojos de su madre quien fue quien llevó la noticia a mi casa. No reaccioné y eso es rudo y de mala educación. Era tan esperado en aquel entonces. Lo sabía porque cuando nos sentábamos a hablar sin hablar, a mirar el silencio y a escuchar aquellas hermosas canciones, ambos pensábamos en como sería despedirnos, y sin querer, nos decíamos adiós. Cuando las palabras se agotaban, y no querían salir de nuestros labios, era como si de una despedida permanente se tratase.

Mientras me vestía para asistir al funeral no pensé en nada. Era como si estuviese a punto de ir al funeral de una persona que en mi vida conocí, cuando en realidad se trataba de alguien que existió hasta el punto de irse y llevarse consigo una parte de mí mismo. Fui consciente de eso de camino al funeral y una lágrima tímida y fresca resbaló por mi mejilla; mis ojos se humedecieron y mi mente se fue a pasear al remoto campo de la memoria.

Dulces recuerdos de la infancia. Tiempo en el que no tienes idea de que es el futuro y por ende, no tienes idea de lo que te depara en él. Pensé, y en mi rostro se dibujó una amarga sonrisa, que la felicidad sería eterna de no superar la infancia. Con melancolía cerré mis ojos fuertemente y deseé de corazón volver a ser niños, volver a vivir esos momentos tan diáfanos y maravillosos, y no regresar jamás, pues así, sería seguro que nuestra felicidad no se agotaría.

Llegué al funeral y de un golpe me tope con la cruda realidad. Allí estaba el ataúd en el medio de la sala, algunas de las personas lloraban con desconsuelo, otras solo miraban con fijeza al vacío; y había quien se mostraba tan indiferente como una roca en medio de la carretera. Me acerqué y vi su rostro y por primera vez en tantos años de lucha contra aquel terrible mal observé con claridad paz en sus párpados que reposaban cerrados sobre sus ojos. Nitidez. Descanso. Eso era en lo que él se había convertido.

“Veme llorar”, murmuré mientras el vidrio del ataúd se cubría con mis lágrimas. “Veme derramar esas lágrimas y absuelve la culpa que siento…”. Dije algunas otras cosas y luego me fui. No supe más nada de su familia ni de nadie que pudiera recordarme la tristeza de su pérdida. Me alejé de mi mismo y me sumí en mi dolor hasta el día de hoy en donde he reaccionado y me pregunto: ¿Cuándo encontraré la paz?

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por hacerme llorar jaja. Qué historia tan hermosa y pues totalmente triste.

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