jueves, 12 de agosto de 2010

Gotas de agua salada

Y el trueno que no anticipa el chaparrón de tristeza, sino el chubasco de recuerdos, se hace oír por encima de todo y de todos. Mi solitario rincón me espera. Oh, la musa que me aguarda ahí. Apacible, como dormida, esperando que me lance al ataque a instancias de mi inspiración recién recuperada. “Espérame, mi hermosa musa”, digo, y voy hasta el rincón.

Ya ahí, recuerdo todo. Las tórridas y vehementes imágenes que soliviantan mis ánimos y me incitan a devolverme por el camino de mis más adversas tribulaciones, aparecen frente a mí como queriendo asesinarme. Y encuentro la llama de la ignominia de la remembranza ardiendo en mi pecho. Ígnea y rusiente.

“¡Perdóname, musa!”, grito a voz en cuello. “¡Perdóname por abandonarte!”. Y me encuentro nuevamente de frente a un callejón sin salida. Con la pesadumbre que flagela mi estima dictándome consejos que abruman mi moral. ¡Maldita musa traidora que me haces recordar! Cuestiono el por qué de la asistencia de los recuerdos como método de inspiración. Y no recibo respuesta alguna.

Lo malo de un pasado que injurió, es que cuando se recuerda tiende a lacerar. Es mi caso, y pido perdón. “¡Oh, musa, perdóname!”, vuelvo a gritar. Mientras tanto, pequeñas y resbaladizas gotas descienden por mi rostro como tratando escapar sin pausa y sin prisa de sus opresores que no pueden impedir su fuga. ¡No me lastimen! ¡Que no lo hagan!

El suplicio del recuerdo acude a donde estoy, en mi rincón junto a mi musa, y se sienta junto a mí, tal como lo habría hecho un viejo amigo al que tenía tanto tiempo sin ver. Acostumbrado a las penas, llega hambriento y dispuesto a alimentarse. La musa que me inspira y el pesar que me flagela. Acaso no puedo inspirarme sin recordar, y no puedo recordar sin sentir dolor. Sin que unas pequeñas gotas de agua salada escapen de sus opresores, los ojos, para desenterrar la tristeza que estuve a punto de preterir de mi memoria.

Sintiendo pena y dolor, pero habiendo recuperado mi inspiración, suspiro tranquilo y con ojos llorosos: “¡Oh, musa, has vuelto!”.

1 comentarios:

Paola Soto dijo...

Las musas son mi tormento mas preciado..
son tan libres y tan complejas que nos enredan tanto!.. estan cuando no deberian, y no vuelven cuando uno quiere. Supongo que de eso va el amarlas.. de no comprenderlas..

Hermoso escrito! no eres muy usual. Eso es bueno.

Publicar un comentario

Anuncios