lunes, 17 de mayo de 2010

Demasiado tarde

La cortina que se suponía que debía estar cubriendo la ventana estaba abierta y los rayos del sol elevado atravesaban los cristales para dar justo en la cara del hombre ya casi despierto que yacía acostado en la cama. Antonio abrió los ojos. El éxito se esfumaba de su mente y si apenas recordaba que era domingo significaba una gran hazaña. No tenía idea de donde estaba. No sabía quién era. Pero los demás, afuera sí que lo sabían. Enormes carteles publicitarios, spots en las radios, comerciales en la televisión, anuncios en los diarios. Un importante cineasta, talentoso actor, afamado escritor. El éxito de la juventud hecho hombre, y ahora el hombre hecho pedazos, hecho recuerdos. Antonio se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño, quizás con un poco de agua su mente se aclararía y recordaría quien era, y qué estaba haciendo en aquel lugar que resultaba tan extraño como todo lo demás, como el cuerpo, como la ropa que vestía, como los sonidos que escuchaba. Antonio lavó su cara y nada pasó: seguía siendo él sin ser nadie y vio a lo lejos la silueta de un suicida que caía del edificio de enfrente. Antonio se preguntó entonces que era la vida, y mientras caminaba por la avenida, su rostro impreso en vallas de publicidad le sonreía desde cualquier lugar al que mirara. Las personas le saludaban y las mujeres se volteaban a verle con miradas atrevidas y sugestivas. Antonio no entendía nada. La mañana seguía avanzando y los recuerdos esfumándose de la mente. Vagas imágenes de un pasado inconexo venían a la mente de Antonio que caminaba sin rumbo por las calles de la gran ciudad, perdido entre un mundo que ya no era mundo, que ya no era más de lo que él sabía. Antonio se detuvo, y se dio cuenta de que no era nadie. De que no conocía nada. El desespero le tumbó al suelo y entre lágrimas comenzó a convulsionar con sentimientos confusos e ideas no muy claras que atravesaban su cabeza como disparos de un cañón.

Más tarde, quizás un día, quizás un mes, quizás un año o quizás diez, Antonio ya de verdad no era nadie, ni siquiera porque no lo recordaba, sino porque nadie lo recordaba a él. Y es la gente la que te hace ser en el caso de Antonio. Un hombre perdido que ahogó los recuerdos en el alcohol para quemarlos en las pailas de la memoria. Desaparecido el animal causante de las heridas, desaparecido el dolor que éstas provocaban. Ya Antonio no sentía porque había olvidado lo que era sentir. Ya Antonio no veía porque había olvidado lo que era ver. El gusto de la vida solo es posible tenerlo cuando la vida existe y Antonio ya no tenía vida. Antonio era piezas del pasado consumido y los recuerdos desaparecidos.

Una mañana despertó con el sol, en un acera de un callejón, durmiendo entre cartones, latas y mal olor, y Antonio recordó todo lo que años atrás debió haber recordado. Pero ya era demasiado tarde.

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